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  • Alimentación y Artritis Reumatoide (Primera Parte): Mi Experiencia con la Crudoterapia

Los primeros síntomas de la artritis reumatoide aparecieron a finales del 2020, y fue en el 2021 cuando recibí el diagnóstico definitivo. Recuerdo que la reumatóloga me recomendó controlar mi peso para no ejercer presión adicional sobre las articulaciones y evitar agravar la inflamación.

Le pregunté qué podía comer, y su respuesta fue simple: “Puedes comer de todo, solo procura incluir más frutas y verduras”. Nada prohibido, ningún cambio radical.

Como el Metotrexato funcionó maravillosamente al principio, seguí con mi vida “normal”. Es decir: comía mal, desayunaba apurada mientras alistaba a mis hijos para la escuela, pasaba el día sin tomar agua y sin comer, hasta regresar de la oficina cerca de las 6 p.m., hora en que solíamos recurrir a cualquier comida rápida.

Lo que no sabía era que, silenciosamente, se abriría un nuevo camino en mi vida: el de la alimentación consciente para el dolor crónico.
Me gustaría decir que fue fácil, que aprendí a comer mejor y que desde entonces sigo una dieta antiinflamatoria para mejorar la salud, pero la realidad ha sido mucho más compleja.

Cuando la medicina ya no fue suficiente

En 2022, mientras los cimientos de mi vida personal y económica se tambaleaban, la medicina dejó de ser suficiente. Hasta entonces, confiaba ciegamente en ella: si me dolía algo, tomaba una pastilla y listo, el síntoma desaparecía.

Fue en junio de ese año que inicié un tratamiento natural llamado crudoterapia. Consistía en alimentarme solo de frutas, verduras crudas, miel, frutos secos sin tostar y té de hierbas. Nada de café, azúcar ni sal —y dejar la sal fue lo más difícil.

El plan era seguir esta alimentación por 90 días. Logré hacerlo solo 45. La señora que me ayudaba en casa se fue, y al tener que cocinar para mi familia, se volvió imposible no probar la comida. Así, la crudoterapia se esfumó de mi vida.

Lo bueno, lo malo y lo feo

Lo bueno: En tan solo dos días desde el inicio de esta alimentación antiinflamatoria, la inflamación comenzó a disminuir, el dolor se alivió, y la rigidez fue reemplazada por movilidad. Este cambio me mostró, de forma directa, el poder de los alimentos que reducen la inflamación.

Lo malo: A la semana, empecé a sentirme débil, bajé de peso rápidamente, y mi rostro comenzó a arrugarse. Comprendí que no todos los cuerpos responden igual, y que las dietas para enfermedades autoinmunes deben ser personalizadas.

Lo feo: Dejar de disfrutar la comida. Para mí, comer siempre ha sido un placer profundo. No hablo de gula, sino del goce de saborear, oler, y compartir la comida como ritual humano y social. Con una dieta tan estricta, se vuelve casi imposible salir a comer fuera o aceptar una invitación sin sentirse fuera de lugar.

He tenido varias experiencias con la alimentación —algunas desafiantes, otras sorprendentes, y muchas muy interesantes— que seguro serán entretenidas de compartir contigo. El equilibrio en la comida no es algo que ya logré por completo; sigue siendo un camino en construcción, una exploración diaria en la que sigo aprendiendo a escuchar a mi cuerpo, a nutrirme con amor y a descubrir qué realmente me hace bien.

Me encantaría conocer tus experiencias con la alimentación antiinflamatoria o la crudoterapia. ¿Has probado alguna de estas dietas? ¿Qué resultados has tenido? Comparte tus historias, consejos o dudas en los comentarios, ¡juntos podemos aprender mucho más sobre cómo la alimentación puede ayudarnos a sanar! Tu experiencia puede ser la inspiración que otros necesitan para comenzar su propio camino hacia el bienestar.

Con cariño

Maritza

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